Sentí en el sueño una presencia próxima a atravesar el umbral de este mundo para encaminarse hacia otro universo u otra vida u otra dimensión. Con una tristeza indescriptible, confiaba en que su madre se recuperaría de su ausencia. Sentía la incertidumbre de no saber hacia dónde iría y por qué venía por él la muerte inesperada. Entró a mi cuarto, lo vi de pie frente a mi cama, triste, apesadumbrado, de ojos calmos, manifestó su figura como Daniel Héroe del Silencio y así pude ver sus tristezas a través de las tristezas de Daniel. Nos sentamos juntos en algún no lugar.

—Creo que hoy me morí— me dijo— ¿Será que sólo estoy soñando?

Si él dudaba de su muerte, yo, por consiguiente, dudé de estar viva, sentí que había muerto también. A pesar de la muerte o gracias a ella, no quedaba más que conversar un rato y pasarla bien con quienes aún pudieran vernos, así que el sueño se transformó en fiesta, tomamos cerveza, pusimos música, celebramos de noche a las afueras de la iglesia de una vereda, hasta que se nos olvidó que nos habíamos muerto. Muchos amigos podían vernos y cada vez llegaba más gente. Sentí el alma tranquila, casi puedo asegurar que sentíamos lo mismo. Luego, imágenes funestas llegaron a nuestra sonrisa y vimos la habitación sombría, el techo alto, una puerta pesada de roble, una cama tendida sin nadie en ella y unos habitantes de este castillo modesto pasando frente a ella en silencio. Cristian Zapata andaba con nosotros.

—¿Cómo sabemos si de verdad hay alguien muerto? — preguntó.

—Si Daniel siente que está muerto, y yo ahora siento lo mismo, de pronto también tú estás muerto o tal vez los tres estamos vivos.

Ahora Cristian Zapata también dudaba de estar vivo.

—Estoy vivo o estoy muerto, o estoy en un lugar donde no hay vida ni muerte.

Caminamos por un cementerio y vimos la tumba de Daniel, mas no vimos la nuestra. Un escalofrío me recorrió, tuvimos la certeza de que moriríamos también. Miré a Daniel en el cementerio, ya no era Daniel, era otro hombre joven, tenía el alma pura y un espíritu fuerte. 

Me despertó el teléfono. Quise dormirme otra vez para saber quién había muerto, pero no me lo dijo el sueño, me lo dijo mi mamá, un amigo de mi hermano y de Laura había muerto la noche anterior, vivía a dos cuadras de nuestra casa.

La navidad es devastadora en Medellín, siempre la muerte recorre las calles.

Año 20

Soñé que viajaba en el tiempo hacia 1923. Un hombre pasó corriendo, unos oficiales iban tras él, con controles extraños, al presionar los joystick de los controles una energía eléctrica se tragó al hombre que corría, era tal vez energía nuclear. Según entiendo, estaban haciendo una persecución a personas no católicas, herejes, o no creyentes del gobierno reinante. Por alguna razón, yo estaba haciendo una fila donde iba a inspeccionar mis papeles, a hacerme unas preguntas, por lo que empecé a preguntar “qué año es este”, un señor dijo 1923. Sentí mi billetera entre mis cosas y pensé que mi documentación, la cívica, la cédula y la tarjeta de bancolombia les sería muy extraña, y que allí aparecía mi fecha de nacimiento. Pensé “si se dan cuenta de que vengo del futuro, me van a exponer a la radiación por hereje”.

 

Encontré a otras amigas que venían también del futuro, estábamos en una casa antigua como las de Prado, estábamos en la cocina de Plazarte, ¿moliendo maíz?. Manifesté mi encanto con el pasado pero mis deseos de retornar al presente. Una de ellas (estaba sentada con un vestido afilando un cuchillo con las piernas abiertas dijo: “Hazte una nueva vida porque aquí no existe la máquina del tiempo, todavía no se ha inventado, no hay regreso”. Pensé con nostalgia que ya no podría ver la 5ta temporada de The Handmaid’s Tale. “Mierda, no hay internet, no hay internet”, pensé que no podría dar mi clase de hipermedia ni retornar a clases el próximo lunes, pero sobre todo pensé en una vida sin películas, ni redes sociales, ni computadores, ni videojuegos, y se me ocurrió que lo único que podría hacer mi vida amena en los años 20s del siglo XX sería encontrar una biblioteca y sentarme a leer buenos libros, pensé, para esta fecha ya está escrito “El señor de los anillos”. 

 

Interpretación: “Hazte una nueva vida, porque estás atrapada en el pasado”. El sueño me remite a una cantidad de contenidos de ficción y entretenimiento, películas, series, y una imposibilidad de acceder a ellas. Parte del hecho de que actualmente, me encuentro en un estado de evasión de mi propia realidad, porque para huir de mi desasosiego he decidido retomar contenidos que me generaban dopamina en la infancia, videojuegos, series, películas, caricaturas, contenidos en torno a la web y explorar algunos nuevos, similares a aquellos que de niña me “enganchaban”. Una voz interior me advierte que estoy atrapada en el pasado, me impone la imposibilidad de acceder a los contenidos distractores y me dice: hazte una nueva vida. Pero yo insisto en seguir alimentando mi mundo interior ficticio como escapatoria al desasosiego y me doy a la tarea de buscar buenos libros, en ello encuentro la clave de hacerme una nueva vida. El hecho de no pensar en mi familia o amigas como principal afectación de no poder volver al presente, se debe a que el conflicto psíquico no radica en ello, de hecho, mis amigas y muchas otras personas al igual que yo, están en este mundo paralelo, porque también están atrapadas en su propio pasado lo que las obliga a hacerse a una nueva vida. Algunas de ellas ya se encuentran cómodas en esta nueva situación y han olvidado el objetivo de volver al supuesto presente, pues este es su nuevo presente. 

Debo otra vez (de nuevo este sueño), regresar al colegio a repetir décimo y once, esta vez es un internado. De noche, desde la terraza de la Presentación, al lado del museo de ciencias y el cocodrilo disecado, me invade una crisis de rabia e impotencia por no poder salir del colegio e ir a dormir a mi casa. Observo desde la terraza los techos oscuros de la América y pienso en saltar. Siento temor. Veo a lo lejos, globos de varios colores que pasan flotando a unos cuantos techos. Escucho las voces y los pasos de docentes en las escaleras tras la puerta de la terraza en el estrecho pasillo, al oírlos me lanzo al techo aledaño de un gran salto, al techo que sigue de otro salto, caigo de techo en techo y me escabullo hacia el siguiente, estiro la mano ágilmente y de un brinco me sostengo de un ancla tipo garfio que cuelga de los globos.

Floto por la ciudad, me siento en calma, floto por los techos irregulares y laberínticos de la comuna 13, vuelo sobre las casas desordenadas y no uniformes y sobre la cancha de San Blas en Manrique, floto por los techos de Santo Domingo, veo el metro cable a lo lejos. Veo las luces de la ciudad en medio de la noche. Pienso que puedo decidir la dirección, trato de concentrarme para llegar a mi casa, en Manrique, pero voy volando por una avenida y no soy buena ubicándome, no sé hacia dónde debo volar. Un bus enorme me acorrala, pasa de largo. A mi lado pasa Daniel Miranda que va corriendo a toda velocidad por la ciudad, nos saludamos. Finalmente parece que estoy en Envigado y como quiero llegar a casa y no puedo decidir la dirección, me bajo de los globos estiro la mano y tomo un taxi.

Soñé que estaba en una playa en un risco muy alto con relación al mar, las olas estallaban contra las rocas durísimo y había dos hombres, al parecer buenos amigos, vikingos, comencé a presentir que el hombre mayor iba a empujar al menor para matarlo, yo estaba detrás de ellos, pero no pasó así, el hombre mayor se lanzó al agua en un clavado, creí que había muerto, pero surgió entre las piedras, cuando apareció le dijo al menor, un joven delgado, moreno de cabello largo: si eres tan hombre lánzate también y él por su honor de vikingo, se vio obligado a lanzarse para demostrarse guerrero. Pero cuando se lanzó se reventó la cabeza contra una roca, se veía la sangre bullir del mar. Yo gritaba el nombre de una amiga que estaba en algún lugar cercano, ella llegó a la escena y me dijo que no interviniera. Observaba todo como si se tratara de una película de realidad virtual. El hombre mayor se lanzó para rescatar al menor, lo salvó para convertirlo en su esclavo. Como en la película “la piel que habito” de Almodóvar, lo convirtió en mujer. En una escena caminaban por una ciudad épica como si fuesen marido y mujer, en otra escena tenían sexo. Soñar todo esto se sentía similar a estar leyendo el Marqués de Sade. El punto es que el hombre menor que ahora era mujer se fue para el baño y cuando la vi abrir la puerta, vi en su mirada que era ella quien dominaba al otro, quien tenía absoluto poder sobre él y estaba esperando el momento para acabar con su vida, como en la película de Almodóvar, y pensé, este ser es el verdadero guerrero. Todo el sueño lo relacioné con El Arte de la guerra de Sun Tzu.

Una mujer en situación de calle me tiende su mano, la acepto, cuando estoy lo suficientemente cerca alza su puño para golpearme, reacciono, interpongo mi brazo para esquivar el golpe, me doy cuenta de que estoy soñando y recuerdo que estoy haciendo cosas diferentes a volar, “esta vez me transformaré en fuego”, me convierto en fuego pero el fuego comienza a incinerarme, me sacudo violentamente, despierto. Vuelvo al sueño. De nuevo en el sueño me acerco a la mujer y le digo “eres un arquetipo”.

Despierto y no tengo amígdalas, tardo unos segundos en darme cuenta de esto, siento mi paladar herido, bombas de sangre alrededor de mi boca y dos huecos donde antes quedaban las amígdalas. No recuerdo cómo llegué a esta habitación, me levanto de una camilla y abro la puerta grande y solemne que conduce a un salón de la realeza muy iluminado. “¿Por qué no me permiten recordar, mis queridos amigos?” Siento que hay una rutina en todo lo que hago como si ya esto lo hubiera soñado varias veces. Una reina quiere convertirme en reina, a su lado, un duende alto me observa. Siento ganas de regresar a algún lugar y contarle a todo el mundo lo que estoy viendo.

L., está en mi casa, sentada en mi cama. Mi mamá aparece en el umbral de la puerta y dice: tienes que ir al médico, yo digo: no me atienden, ella insiste. “L., ¿me acompañas?”, “Te acompaño hasta cierto punto”, “acompáñame más, intenta caminar, es que quiero mostrarte.” L., tiene puestos unos tacones blancos puntudos que le impiden caminar, salimos de mi pieza a un patio cerrado, ya no es mi casa, abro la reja mientras le insisto a L., que intente caminar, hay una reina, le digo, ella no me cree. Está preocupada por mí, dice que de verdad no puede, “te espero”. Voy sola, es difícil avanzar, me duele el cuerpo, salto de un lugar a otro sin equilibrio, llego a una calle tan inclinada que casi es una pared donde no puedo caminar sin caerme, tengo que cruzar esta calle, pasan juguetes enormes flotando sobre ella, salto sobre ellos para cruzar y llegar a un lugar donde van a curar unas póstulas que tengo en la cara, mis amígdalas, mi mente, salto de un caballo rojo a un columpio estático, con mucho esfuerzo. Aparece el hombrecillo alto de sombrero gris, chaleco aristocrático y maquillaje en su cara, cambia de rostro, hay un rostro de un hombre gordo de mejillas coloradas y gafas redondas. Los dos me dicen: “Si crees que vas a saltar largo entonces vas a caer donde quieras caer, solo si así lo quieres”. Se ríen de mí, yo salto con precisión sobre uno y otro juguete, un caballo con alas y luego una silla, comienzo a volar brevemente, tengo el cabello recogido en media cola, los labios rojos y un vestido, soy Rosita, mi personaje de la obra de teatro “El retablillo de Don Cristobal”; la reina roja aparece frente a mí. “Desaparece las ampollas de mi cara, me duelen las amígdalas”, le digo. La reina las desaparece, me da indicaciones de cómo cuidarme y luego cambia el tono de la voz y dice “has estado alucinando”, me asusto, estoy en un comedor enorme y le pregunto a un tipo de chaleco azul y de anteojos, aristocrático y científico: “¿Estoy alucinando?”, “Sí, estás alucinando”. Ahora es una persona en situación de calle, estoy en Prado Centro en un callejón y son aproximadamente las 2 de la madrugada. El hombre está tranquilo, aparecen más personas en situación de calle, los veo como monstruos, tienen la cara deforme, cierro los ojos para no verlos más y comienzo a correr.

La mujer que me está cortando las amígdalas me pide que la mire fijamente, que no cierre los ojos y no crea lo que veo es real, pero mientras habla deja de ser una enfermera para convertirse en una reina europea que pertenece a un circo. Me dice que yo he perdido la memoria y que el mundo es así en realidad, afuera de mi casa no queda una calle sino una serie de pasillos laberínticos y coloridos y todos conducen a un palacio, hay que cruzar un puente de hierba y madera, todo parece de plástico y porcelana, todo es de juguete. Me dice que mi mamá en realidad se llama Silvia o Gloria o Claudia, que yo soy la reina del palacio pero que soy demasiado insegura para darme cuenta. Todavía tengo ampollas en la cara.

Estoy en el corredor de mi casa y es también el corredor de un palacio, mi hermano y yo somos muy pequeños. Le digo “Alejo, me persiguen Ed, Edd y Eddy ”, “aah, normal” responde.

Estoy en una cama y pienso. “Si no tengo amígdalas, esto es real”, busco mis amígdalas con la lengua y no las encuentro, no aguanto más, estoy aterrorizada, intento llamar a mi mamá pero no me sé su nombre, los personajes del hospital en el que estoy pasan con rostros deformes, monstruosos. Llamo a mi mamá y mi voz suena infantil, grito: ¡Mamá, Silvia, Doris, Olga, señora…! Ella no me escucha, pienso: “Despierta de verdad”.

Entro a unas oficinas donde sé que hay psicólogas, psicólogos, les digo (a una mujer y un hombre que están allí): “No dejo de alucinar, se me perdieron las amígdalas y hay una reina que me nombra reina, cambió las calles de mi casa”. La mujer busca un papel en un archivo vacío, el escritorio está vacío, me mira seria y dice que para atenderme yo tendría que ser de Eafit.

Corro por calles extrañas hacia mi casa, pero no recuerdo de qué corro, así que me detengo, me encuentro con tres perros personificados en el camino, vuelan a mi lado, uno de ellos tiene dientes muy largos, se convierten en Ed, Edd y Eddy, hablan tonterías a mi alrededor y se ríen como tontos.

Intento llamar otra vez a mi mamá sentada junto a las personas en situación de calle en Prado Centro: “¡Mamá, ¿Olga? ¿Silvia? ¿Olga?!” No me sale la voz. Siento que pasa una eternidad. Al fin abro los ojos, estoy dormida en el suelo, me duele la espalda, siento que mi razón está destruida, con voz ronca digo: Olga. Mi mamá se llama Olga. Es esto lo que me despierta.

Año 2010

Estoy en una finca de madera, una casa disquera donde observo una puerta con stickers de marcas musicales asociadas. Observo para recordar sus nombres cuando despierte,, sé que es un sueño, miro tras la puerta, hay una fiesta nocturna de personas andróginas vestidas a la vanguardia del diseño, observo extasiada la belleza de una mujer andrógina que mira una exposición de arte, toma un coctel . Sé que estoy soñando. Me acerco. La beso. Me rechaza. Colmada de fracaso, de tristeza y de vergüenza  salgo a tomar aire y miro hacia el cielo inmensamente estrellado, asombrosamente estrellado, pienso que debo dejar de lado el deseo y  esta sensación de descenso y vértigo. Me impulso hacia el cielo, pero pedaleo en el aire y caigo, no logro volar, miro al horizonte sumergida en un desasosiego calmo, en una sensación de abandono latente. Es un desierto. Desde las profundidades  del oscuro horizonte llega veloz hacia mí una estampida de majestuosas yeguas y majestuosos caballos libres que me lanzan al suelo a una velocidad asombrosa, tirada en el piso vehementemente doy codazos y patadas al aire, entre el polvo, a uno y otro lado para que no me pisen, los caballos pasan veloces y tranquilos con sus cuerpos esbeltos y su cabellera libre, sin tocarme, me miran a los ojos y siguen su camino.

Pasa la estampida. Estoy sentada en el desierto, impregnada de una fuerza espiritual desconocida. “Soy como caballos de fuerza” pienso y siento. Me elevo hacia el cielo y vuelo ágil, a gran altura, de noche, veloz. Miro hacia abajo y veo el techo de la finca disquera donde la fiesta nocturna continúa, me poso en el techo, sola, en una rama, como un monito.

Estoy en el parque del poblado, en el antiguo ‘Los Saldarriaga’ combinado con una estructura colonial europea. Miro hacia arriba y veo un francotirador,  intento esconderme contra la pared, pero al mirar de nuevo hacia arriba a la dirección opuesta, hay otro francotirador. Confío en que tendré suerte y pasaré desapercibida, hay una imagen en la que intento esconderme sobre una polisombra como la del jardín, tapándome con ropa y costales, pero no consigo esconderme, me veo desde el punto de vista de los francotiradores. Estoy saliendo del antiguo establecimiento y me doy cuenta de que me duele terriblemente el estómago, casi no puedo respirar- un francotirador me dispara (flash back)- sale un líquido de mi nariz, es sangre rosada, mis dientes tienen sangre roja, me limpio la sangre con la mano. Voy hacia el acopio de taxis, tomo un taxi, me cubro el vientre con la mano- tengo la angustia de morir pronto, y la fe de poder sobrevivir si llego a casa. Voy herida en el taxi, con la nariz sangrando mirando la ciudad.

Año 2012

 

 

Es el medioevo, van a meterme en una lápida, pero primero me clavarán una estaca en la espalda, con la lápida sellada, después una estaca en el corazón a través de la lápida. Mi ama está pálida, pero debe entregarme al señor feudal, un hombre robusto y aparentemente religioso, fundamentalista. Su hijo, un hombre delgado de cabello negro, debe ayudarle a meterme en la lápida.

“Objeto” digo “es demasiado doloroso ser clavada por una estaca metálica tipo tornillo por la espalda a través de una lápida”.

Dicen que me conceden el deseo de abrirme un hueco en la espalda primero para que la estaca que deben enterrarme no toque carne alguna. Hablan como si yo fuese de madera.  Mi ama asiente pálida y me estruja sin fuerza hacia la lápida, la gente del pueblo está reunida en torno mío, camino hacia la lápida de madera y en el camino paso por la casa de mi abuela, en la Floresta, donde vivía cuando era niña, está abandonada, no tiene puerta, el segundo piso está hueco, viven algunos artistas. Quiero entrar y protegerme, pero debo caminar hacia la lápida. El señor feudal hace bromas con otros hombres. Antes de entrar a la lápida miro el latifundio, es el Peñol, es un hermoso paisaje montañoso. Me doy cuenta de que estoy soñando. Salgo corriendo. Detrás de mi viene el señor feudal y su hijo, tomo impulso para volar pero estoy muy asustada, no puedo volar de montaña a montaña, vuelo solo al ras del suelo casi como si solo fuese un pensamiento. Sigo corriendo, me trepo en una casa, salto de techo en techo, atravieso el solar de mi casa en Manrique llego a un terreno fangoso y selvático, en la orilla hay una ciénaga, un río, zarpan barcos de la orilla angosta, la primera lancha está llena, la segunda no la conduce nadie, nado, la tercera la conduce una mujer costeña que podría pasar por hombre, nado lo más rápido que puedo me agarro de la balsa, ¡cuidado!, dice, logro subirme. Comienzo a vaciar el agua de la piragua con un pocillo de café. “¿Vas a pagar, cierto?”. Asiento, pero no tengo dinero. Atravesamos la gran represa, “estoy en San Pacho” pienso. Entro al pueblo, al llegar veo que hay un entierro, miro la foto de la difunta, es mi pálida Ama. Veo a las niñas que estaban a mi cuidado en el latifundio, son dos niñas costeñas. ¿Ajá y tú qué haces acá? Me dice una. “Hoy es el día del entierro de la doña” dice otra. La han matado como iban a matarme a mí. Me pregunto mirando el entorno con conciencia y miedo “¿por qué he vuelto hasta acá? ¿cuál es el propósito?” Tomo en los brazos a una de las niñas y cojo a la otra de la mano, las llevo a un cuarto oscuro, lejos del entierro, suelto a la pequeña me arrodillo y la miro a los ojos, le digo: tienes que saber una cosa y no se te puede olvidar, estás soñando y cuando sueñas puedes volar”. “Tú también”, le digo a la mayor. “ay oie tú esta’ loca” dice la mayor, la menor, en cambio, se queda en silencio con los ojos abiertos. Comienzo de nuevo la huida, trepo un muro enorme hecho de colchón, lo escalo, el señor feudal me ha visto y me sigue. Pienso estoy soñando, puedo ser incorpórea, no me pueden tocar, espero al señor feudal y hago fuerza para ser incorpórea, pero me agarra. Empiezan a incriminarme, digo “Apelo, apelo. ¡Apelo a un juicio!”. Estamos en un tribunal de justicia, los señores están vestidos de corbata, Eminem es mi abogado, no para de rapear y decir cosas bobas y absurdas, no deja hablar a los señores, me encanta, lo multiplico, entra una fila de Eminems por la puerta. El señor feudal y su hijo protestan, entra la jueza, es Laura, está vestida de jueza. Me guiña un ojo. Le pasan un mamotreto de demanda. Laura hace chistes, se pone seria, procede. Señalan los demandantes y lo veo en el sueño, que cuando iban a matarme me metí con esposo e hijos a la lápida, los he puesto de carnada para cubrirme en el centro es por eso que he logrado escapar, las estacas se clavaron en ellos, por lo que me salvé, por tanto, maté a mi familia. Laura me pregunta si eso es cierto, trato de recordar el inicio del sueño para saber si dicen la verdad, pero no recuerdo nada, no sé si lo que dicen es cierto. Me siguen acusando de haber matado a mi familia. “Su señoría” dice el hijo del señor feudal “llevamos siglos en disputa con la acusada, prueba de ello es que el pleito inició en el medioevo y ya estamos en el 2020”. Me pregunto si maté a mi familia, pero pienso que en todo caso, Laura es la jueza y por eso ya estoy salvada. Despierto.

Hace días soñé que tenía un hijo pequeño. El niño se transformó en niño lobo. Era muy salvaje, nadie podía controlarlo. Lo llevé al cuarto de mi infancia en la casa de la Floresta y se calmó. Yo tenía mucho trabajo, tenía un rodaje en un submarino, encerré al niño lobo en un cuarto compacto metálico. Cuando volví por él ya no estaba. Pensé que lo habían matado. Fue una sensación terrible, como en la película El Orfanato de Guillermo del Toro. En medio de mi desolación alguien me dijo que al menos ya no iba a tener problemas, me dio rabia. Pensé: “quién dijo que yo no quiero ese tipo de problemas, es mi hijo”.

Interpretación: El interior salvaje reflejado en un niño lobo que quiere ser reconocido, aceptado amado, lo pongo en un cuarto encerrado de la forma más dura, cuando vuelvo a él me doy cuenta de que era algo que sí podía haber manejado, que sí podía hacerme cargo de él ¿A cuánta profundidad estoy encerrando al niño, a mi animus, a mis dones?, al final me hago cargo, me doy cuenta de que podía con el niño, por lo que surge la necesidad de tomarme, de hacerme cargo de mi interior salvaje. (Interpretado por Jibel Rojas)

Año 2022

Nota: Tiempo después volvió a aparecer Borojó en mi vida, un lobito muy salvaje e indomable. He decidido hacerme cargo. 

Con J. y otra amiga que no sé quién es tomo café en un lugar muy agradable. Lujoso. Mis amigas se tienen que ir, pagan su cuenta y se despiden. Cuando voy a pagar mi parte con mi tarjeta débito me encuentro con que el dueño del restaurante es Vito Corleone “El Padrino”, pero menos italiano, es paisa y calvo, toma mi tarjeta, la pone en el datafono y la transacción me cuesta 360.000 pesos. Empiezo a discutir.

―Solo me tomé un café, solo me tomé un café.

La cuenta entre las 3 daba algo como 50.000 busco la factura, pero parece que mi amiga se la llevó. La llamo. No contesta.  

Me enojo muchísimo y alego con tanta rabia que me sale saliva salpicada cuando argumento.

―Solo me tomé un café, solo me tomé un café. 

Vito Corleone no quiere devolverme el dinero. Le digo “yo vivo en Manrique, si me entiende, yo soy estrato 2, no puedo pagar eso” pero la secretaria del lugar dice “pensé que usted era una persona que ya había disuelto la idea de los estratos”.

El dueño del restaurante me dice “bueno venga arreglemos este asunto”. Hace un movimiento en el datáfono y me pide que inserte la clave de mi tarjeta, intento hacerlo pero no puedo oprimir bien los números: el datáfono es muy pequeño. Yo tengo 9 millones en la cuenta y tengo miedo de perderlos. Vito Corleone dice: “quiero que te des cuenta de que me estás haciendo perder mucho tiempo y el tiempo equivale a dinero”. Le digo con tono autoritario para defenderme de su manipulación, que el tiempo que estaba perdiendo lo estaba perdiendo por inepto por no saber cobrar una cuenta. Él se ríe y me mira con cierta complicidad, pues se ve reflejado en mí. Me propone un juego, me pide confianza. Quiere jugar a las cartas conmigo en el datafono que ahora es una tablet, “con criptomonedas”, dice. Ahora tiene la clave de mi tarjeta así que no tengo otra opción. Empiezo a llorar y le digo que yo no soy buena jugando y que lo que me pide es absurdo.

― Yo solo sé perder― Lloro. ― Yo solo tengo la opción de perder. Solo pierdo y vuelvo a perder. Todos los caminos me llevan a perder ― Me ahogo en este ronco susurro.

De repente Vito Corleoni se ha convertido en Dr. Wayne Dyer, el sujeto del documental “El Atardecer de la vida” y me consuela como un padre y pone la mano en mi espalda mientras lloro.  

Me dice: “yo te enseño a jugar, abre una carta”.

Abro una carta y aparece una mujer en una habitación, con formas moradas, expandida, sobre ella hay un pájaro. Dr. Wayne Dyer comienza a explicarme la carta, pero ahora no recuerdo nada de lo que me dijo.

OSQ

MARÍA FONNEGRA