Con J. y otra amiga que no sé quién es tomo café en un lugar muy agradable. Lujoso. Mis amigas se tienen que ir, pagan su cuenta y se despiden. Cuando voy a pagar mi parte con mi tarjeta débito me encuentro con que el dueño del restaurante es Vito Corleone “El Padrino”, pero menos italiano, es paisa y calvo, toma mi tarjeta, la pone en el datafono y la transacción me cuesta 360.000 pesos. Empiezo a discutir.

―Solo me tomé un café, solo me tomé un café.

La cuenta entre las 3 daba algo como 50.000 busco la factura, pero parece que mi amiga se la llevó. La llamo. No contesta.  

Me enojo muchísimo y alego con tanta rabia que me sale saliva salpicada cuando argumento.

―Solo me tomé un café, solo me tomé un café. 

Vito Corleone no quiere devolverme el dinero. Le digo “yo vivo en Manrique, si me entiende, yo soy estrato 2, no puedo pagar eso” pero la secretaria del lugar dice “pensé que usted era una persona que ya había disuelto la idea de los estratos”.

El dueño del restaurante me dice “bueno venga arreglemos este asunto”. Hace un movimiento en el datáfono y me pide que inserte la clave de mi tarjeta, intento hacerlo pero no puedo oprimir bien los números: el datáfono es muy pequeño. Yo tengo 9 millones en la cuenta y tengo miedo de perderlos. Vito Corleone dice: “quiero que te des cuenta de que me estás haciendo perder mucho tiempo y el tiempo equivale a dinero”. Le digo con tono autoritario para defenderme de su manipulación, que el tiempo que estaba perdiendo lo estaba perdiendo por inepto por no saber cobrar una cuenta. Él se ríe y me mira con cierta complicidad, pues se ve reflejado en mí. Me propone un juego, me pide confianza. Quiere jugar a las cartas conmigo en el datafono que ahora es una tablet, “con criptomonedas”, dice. Ahora tiene la clave de mi tarjeta así que no tengo otra opción. Empiezo a llorar y le digo que yo no soy buena jugando y que lo que me pide es absurdo.

― Yo solo sé perder― Lloro. ― Yo solo tengo la opción de perder. Solo pierdo y vuelvo a perder. Todos los caminos me llevan a perder ― Me ahogo en este ronco susurro.

De repente Vito Corleoni se ha convertido en Dr. Wayne Dyer, el sujeto del documental “El Atardecer de la vida” y me consuela como un padre y pone la mano en mi espalda mientras lloro.  

Me dice: “yo te enseño a jugar, abre una carta”.

Abro una carta y aparece una mujer en una habitación, con formas moradas, expandida, sobre ella hay un pájaro. Dr. Wayne Dyer comienza a explicarme la carta, pero ahora no recuerdo nada de lo que me dijo.