Veo como las personas se agrupan sin un devenir definido y me pregunto a qué se debe mi convergencia en este lugar, de una u otra forma la reciente confrontación política con personas que recurren este lugar me ha generado, más allá de un desgano y un malestar tedioso que hace que me retire, una intriga hacia argumentos que permitan o derribar mis ideas o fortalecerlas hasta tal punto que se vuelvan convincentes, sin embargo, en este devenir incierto, ninguna meta y ningún propósito tienen un peso tal que puedan generarme un impulso interior con el cual llegar a algún lado. Determinadas circunstancias tienen consecuencias positivas: las tensiones interiores son mucho menores que en años anteriores, por otro lado, consecuencias negativas, por ejemplo, no tener dinero en el bolsillo.

Continúo después de muchos años con el juego de mis seres internos y en definitiva he logrado quitarle límites a mis personalidades de manera que me cuesta saber quién es quién en circunstancias concretas y si bien creo que últimamente he sido por momentos el chacra segundo personificado en un ser de naturaleza más femenina, creo, como lo conversaba hace días, que mi hippie ha tomado el control y es por eso que las circunstancias económicas han dejado de importarme como antes lo hacían, cuando mi ser ejecutivo había tomado el control. Trato torpemente de creer en la idea de una sustentabilidad a ciegas que llega de manera indefinida y por efectos casi espirituales, pero solo personas con privilegios, sin hijos ni personas a cargo, o que pueden ser apoyadas por sus familiares pueden tener tal confianza en la vida. Reconozco mi privilegio, aunque no soy esa persona que puede ser sostenida. No quiero parecer burguesa, así que trato de tomar un tanto de entusiasmo para salir de mi zona de confort y dirigirme hacia el logro de algún propósito que aporte algún cambio, pero en realidad lo hago porque me gusta, porque no tengo nada más que hacer en este momento y pasar o no por burguesa me tiene sin cuidado.

Este ejercicio de escritura permite algo realmente confortable y que extrañaba, pues mi impulso por la escritura había muerto hace algunos años. Este impulso fugaz que nace de un momento a otro y con el cual no quiero impulsarme a escribir algo concreto, como las atrocidades a las que como pueblo hemos sido sometidos durante el último mes, reflejo de años y años de ver que las manzanas se pudren, producto de que es la raíz del árbol la que está podrida, me genera algo que solo sentí hace muchos años y es lograr desdibujar el espacio exterior y las personas que afuera cohabitan, como si solo se tratase de un lugar virtual y sentir una calma aespacial. ¿Me acabo de inventar esa palabra? Suena, como por arte de magia, la música que me refleja. La única forma en la que logro escribir hoy tras una pausa milenaria es no obligarme a escribir acerca de un tema concreto y de manera rizomática dejar que el tema venga por sí solo, confiando en que como dije en aquel viejo escrito, las palabras me buscan a mí y no yo a ellas. Tal vez sea la búsqueda de un conflicto definido lo que me ha llevado a crear este bloqueo literario con el que no he podido leer desde hace muchos años un libro completo, he defraudado a mis yo del pasado, cuantas promesas hechas he dejado a un lado, aun así, no me siento mal por sentir la libertad que siento y me reafirmo, me reafirmo en el devenir incierto, amo esta sensación de no tener que llegar a un lugar concreto.

Ayer soñé que de nuevo renunciaba a cosas a las que ya renuncié, al despertar y ver que las presiones del sueño se habían ido meses atrás, años atrás, sentí tal alivio, que despertar no implicó mayor esfuerzo, los retos de hoy son diferentes a los de ayer, debía pasar a este plano a remendar internamente lo que dejé deshecho, aquellas partes que quedaron flotando en el océano abandonadas, aquellas niñas ahogadas en el río, la creación marchita, por darle peso a voces que no deben tener peso. La reestructuración de ideas de libertad, ideales donde de nuevo se rompen las estructuras que alguna vez ya se habían roto, se vuelven a consolidar.

Es curioso cómo es de intangible la realidad, camino por un bosque y al retroceder no reconozco ya ninguna planta, no vuelvo a ver la roca donde puse el pie. Si intento recordar los últimos sonidos, no puedo distinguirlos de los presentes, ¿dónde tenía la mano hace unos minutos?, ¿qué movimientos hizo mi cabeza?, ¿me sostuve los labios así todo este tiempo? ¡Cuántos objetos tengo escondidos en mi cabeza!, están en el closet donde está colgado el reloj biológico, debajo de los cajones hay otros cajones, hay un orden adentro del desorden; en algún lugar está todo aquello que busco y no alcanzo aún. No significa quedarse en el pasado, es necesario mirar el camino para avanzar o retroceder, incluso para quedarse inmóvil. Algunos días he querido luchar en contra de mi desorientación, mi desconcentración, he escrito todo lo que creo que olvidaré, he repasado mi habitación cientos de veces y los objetos que guardé en el bolso, me he releído para recordarme, he escuchado canciones viejas, para descifrar quién era, quién soy, olfateado aromas antiguos, recordatorios. Los trasladores que inventé (llevo conmigo un objeto específico cuando quiero recordar una situación o soñar con ella, lo guardo y solo lo vuelvo a tomar cuándo deseo volver a ese lugar) han dado resultado, pero mi mente sigue siendo caprichosamente selectiva.  Las cosas, sin embargo, aparecen en el lugar exacto y en el pensamiento exacto, me incluyo dentro de las cosas, indefinida. Las fechas, los meses, se van volviendo difusos, no puedo organizar mis pensamientos cronológicamente por más que lo intento, ya no lo intento, vienen a mí en el orden en el que deben venir. Los rostros de quienes no he vuelto a ver, su voz y su forma de hablar se hacen confusos, he pasado noches disparadas de la línea del tiempo, tratando de soñar las memorias perdidas (en mi mente sé que hay memorias sin tiempo, no tengo edad, nací con el tiempo, el tiempo no ha nacido), ¿y si las encontré y no lo recuerdo? La memoria es inexplicablemente selectiva, tengo recuerdos tan inútiles que me pregunto por qué los he dejado en mí como si fueran tesoros, mientras que quizás otros, los dejé morir de noche al cerrar los ojos o los enterré bajo el fondo del océano, por miedo a que se confundieran con otros, tal vez puedo ir a buscarlos, o, ¿están ahí todos y se aparecen sólo cuándo mi ser los llama con una fuerza que no comprendo? Tengo la impresión de que me guardo secretos, y que me divierto clandestinamente susurrándome poco a poco lo que sé de mí, sentada en un cráter a millones de años luz donde la medida del tiempo ni siquiera existe, proyectándome en esta tierra absurda, solo un diminuto e inmenso rayo de una sustancia parecida a la luz, este “yo” indefinido. 

Como no sé hacia donde se abre el camino y como sé que me esperan prodigiosos parajes, no me aferro a una idea preconcebida del paisaje, ni a deseos lanzados a las estrellas. Solo nutro mi alma paso a paso y me deleito con el olor del pasto en la mañana, con el sutil dolor de los amores imposibles. Sé que soy andariega, que no tengo nada por lo que enaltecerme, me hace feliz una buena comida, una buena conversación, saber que se marcha en pro del cambio. Y tomo el bus que llega a no sé dónde, en la carretera que va a ningún lugar, para despertar en el abrazo de lo indefinido, del misterio profundo. Sé que la cautela y la reserva son aliados infaltables. Intento ser mi versión más noble. Y aún sabiéndome eterna forastera, desnudo mi alma en un giro silencioso e imaginario y doy paso al dolor de la imposibilidad y lo abrazo (la imposibilidad de enraizarme) doy paso al dolor de la imposibilidad sin importar, que el cóndor nocturno abra sus alas en mi reflejo en el asfalto (“I thought there were no oceans left for scavengers like me”) y me reflejo más demonia que ángel, mas siento regocijo en mi deformidad y en mi insuficiencia, en aquello que repelo de mí, pues la figura de ángel (de ser perfecto) en un mundo en llamas succionado por sub-seres de un mundo mercantilista se me dibuja grotesca, ingenua e inútil, y el bienvenir de mi anomalía, la exploración de mi paganismo, la ruptura de los esquemas, se me dibuja libertaria: ¡Le doy la bienvenida a la abolición de toda forma de esclavitud del alma! Me reconcilio con Eros (por jugar a no arrojar flechas a la otredad) y agradezco a Afrodita cada lección, pues sé que la carretera es mi hogar y no he de tener apego aún si se trata de desprenderme del mundo en sí mismo. Al final, Janis, no ha sido en vano el temblor, el temblor no ha sido en vano.

Existe un enorme deseo de evadir el acontecimiento social por ser en sí, traumático, aunque parece que no es traumático para algunos cuantos. Está bien reconocerse en la capacidad de hundirse fácilmente en la tristeza, incluso en la tristeza ajena, para saberse incapacitada para ir a fondo en temas atroces. Por estos días camino como bordeando charcos, charcos emocionales, mirando de ladito como quien realmente no está viendo la cosa, pero caminando con tal cautela que los zapatos resultan solo un poco mojados en los bordes, me pregunto si algún día estaré preparada para mirar el fondo del charco y reflejarme en él, por un lado, me refiero al tema social, me he mirado a fondo, me ha salpicado el charco, de frente, pero no tanto como a otros. He visto las atrocidades de las que es capaz este gobierno, los gobiernos, los seres humanos a través de la historia, el momento actual es nefasto como cualquier otro momento en la historia o quizás más, me reconozco ignorante, me reconozco ignorante en cuanto a definir un norte que pueda contribuir a sacarnos de este mar de mierda, me reconozco parte de una masa indolente que puede dejar la cosa pasar como si no se tratase de ella, tal vez como método de defensa para no caer en un pozo depresivo, tal vez es simple indolencia. Pienso que un poco de distancia puede generar la neutralidad suficiente como para servir de algo en el momento oportuno. Pero el momento oportuno es ahora mismo, no hay otro momento que el momento presente. Lo único que yo puedo hacer ahora tiene que ver con los hábitos de consumo. Con la forma de vida que he elegido vivir. No hay mucho más que pueda hacer. Trato también de evadir a mi Mr. Robot interior, si lo dejase salir, lo cierto que es que me metería en problemas que podrían fácilmente llevarme por caminos peligrosos, y no es que tenga tanto miedo al peligro, de una u otra forma podría ser una guerrera que anhela el Valhala, pero he determinado en mi corte interior que no soy una guerrera que debe exponer su cuerpo a una matanza sin sentido, y me perdonan pero todo eso me suena muy patriótico y el patriotismo también es una herramienta de un aparato del estado. He determinado para mí en esta reflexión que me depara la misión de la ermitaña por estos días, de la sacerdotisa, de alguien que en definitiva está al interior de una cueva encendiendo un fueguito generando algo que, aunque aún no sé a dónde va a ir a parar, tiene tal fuerza como propósito que por sí misma generará en alguna dirección una potencia inagotable. Esto pienso y en esto confío.

¿Por qué la ermitaña? ¿Quién es la ermitaña?

Siento un llamado de resiliencia interior, es una resiliencia relacionada con formas delicadas y sutiles de la existencia cotidiana, con detalles tan pequeños y a su vez tan delicados que se requiere una cautela, minuto a minuto liberadora. En el pensar es agotador dejarse absorber por cada detalle, admito que no he sido capaz de ser totalmente consecuente en el pensar-actuar. Con lo que las contradicciones del día, por el nivel de cautela, flotan como nudos discordantes y atónicos en el pensamiento. Pero no se trata de pensar, solo de atar cabos e ir encontrando la forma, estar presente, es mi forma de generar resiliencia. La nutrición, por ejemplo, es la raíz de todo. Las relaciones humanas son un tema aún más complejo.  

Si escribiendo puedo alcanzarte, escribir ahora es extender mi cuerpo hacia un lugar que desconozco:

el que ahora transitas.

Quiero, cuando siento poco, expandirme, cuando siento mucho, ocultarme.

Estoy abierta a seres imaginarios, a ti.

Y abro mis piernas sin censura, tengo los labios rojos, los ojos rojos y quemo cada palabra tuya que se funde en mi cuello. Jugando a morderte despacio,

descendiendo hacia tu abdomen.

Ahora en silencio, cada palabra es sincera mensajera de la sangre, y como confío en tu fuerza agreste, me enviajo y sonrío en una traba que no puedo esconder

He sido quizás todos los arquetipos en diferentes partes de la historia de cada uno, en el inicio del cuento del loco, en el clímax del mago o en el desenlace del enamorado. En mi vida flotan icebergs que develan pistas de cada cuento que vivo: el aceite cayendo al sueño o el cepillo de dientes ajeno en el cajón. Pistas sueltas que no se hilan, que no dicen nada, puntos de giro con cortes cuánticos. Soy un libro armado con páginas de distintos libros, aparece la continuación de cada página docenas de tomos después, cuando ya se ha olvidado que algo que se venía viviendo quedó inconcluso, por la costumbre de tener tantas preguntas sin respuestas en el nochero y haberse habituado a ello. 

Una vez concluida cada página se va perdiendo la esperanza de saber qué sigue y en las primeras líneas de la siguiente se descubre el final de algo que nunca tuvo principio. 

O se descubre la respuesta de algo que nunca tuvo pregunta, luego esta respuesta se olvida y se convierte en pregunta, pero como no lo había sido antes, dar con el número de la página que contiene la respuesta es como viajar al pasado para hallar el abrazo de quien ya no está.  

Si me concentro en las manos puedo sentir un extraño poder, estoy haciendo consciente lo que tal vez la otra persona no nota acerca de sí en el momento presente. “Los gestos son más individuales que los individuos” (Milán Kundera), de este modo, “todas las personas somos la misma persona” (Borges -con lenguaje inclusivo-).

 ¿Cuántas manos de Hamlet están ahora mismo haciendo el gesto del loco para confundir al reino­?, no hay tantos gestos como humanos en la tierra, al ser no le pertenecen los gestos, a los gestos pertenece el ser. Aquel profesor morirá, y posiblemente en unos años ya nadie recuerde su nombre, pero su modo de rascarse la barbilla que viene desde tiempos inmemorables, perdurará en los siglos; muchos años después, habrá en una banca cualquiera, un hombre rascándose la barbilla exactamente de la misma manera (¿con el mismo ritmo y la misma posición?), pero las líneas de su mano nunca volverán a ser las mismas. Si miro las manos de aquella mujer, que se posan delicadamente sobre el viento mientras habla, estaré mirando a mil seres, hombres o mujeres, qué importancia tiene lo que dice, habla de una persona cualquiera, en una calle cualquiera. Los gestos nos identifican y tras ellos, hay un sinfín de conceptos o divagaciones milenarias que no alcanzamos a percibir. De cualquier pensamiento soy tan solo un pequeño fragmento.  

Hoy intento descifrarlos, encontrar en ellos su cualidad única, la esencia aislada.

Tengo una herida tan honda que dormí como Orlando 7 días. Hoy despierto con recuerdos vagos de una ciudad que impone imaginarios en decadencia y de nuevo se hace nítida la melancolía insondable.

En el rincón aguardaba la esposa de Barbazul, esperaba que su vestido no se ensuciara, que los pájaros cantaran en la ventana, sentada en el baúl de la buena esperanza, cuando apareció la bruja y se convirtió en ella. La bruja salvaguardaba arañas bajo su manga, arañas que tejían telarañas que parecían cortejar, pero no era un cortejo, era el veneno que atraía al mendigo Barbazul, el vampiro Barbazul. De pronto se perdieron halos de miradas y no hubo tiempo para caricias, pero no importó porque había que decirle la verdad en la cara, eso dijo la sabia bruja y parió mil huevos de araña. Ya era tarde cuando se dio cuenta de que las estaba abortando. 

No quiero ser la mujer de Barbazul, no quiero ser cenicienta tallando sus pies y deformando sus huesos para encajar en el tacón del príncipe, ni una hermanastra de dedos mutilados y talón mutilado. No voy a seguir las leyes del manual de Carreño, no voy a esperar a que esté de noche para salir a la ventana, quiero limpiarme el sudor en público, abrir las piernas en público, mirar a los ojos, moverme cuando duermo, dejar ser a mis tics nerviosos cuando los tengo, fumar si quiero, encorvarme si quiero, trasnochar, mojar el pan en el chocolate y sobre todo dejo claro que no estoy viva para hacer feliz a nadie, que no estoy viva para ser bella, ni soy una musa, ni quiero hacer de las mujeres musas en armarios de poeta. Cómo es posible que camine torpemente y no sepa qué decir ni dónde poner mis manos por haber aprendido a ser políticamente correcta.

Al otro lado del río del consciente está todo aquello que la velocidad de la corriente no me deja ver, si nado a contracorriente puedo estar detenida y ver las formas a la orilla. El inconsciente se revela y está oscuro, hace frío entre los árboles y el cuerpo está subyugado ante ese frío, pero todo se sostiene en la idea del amanecer. ¿Y si todo este malestar, es un síntoma de la mente enferma colectiva? Sé que la mente no está solo construida por mí, no es sólo mía, yo pongo los filtros, los lentes, el diafragma, la velocidad de obturación y como de esta mente soy sólo una ínfima parte, a veces los filtros no bastan y quiero sólo callar, callar es estar protegida. Mas no puedo callar cuando no se me está permitido ser de una manera u otra, puedo gritar y hacer del ruido un silencio genuino. Tan solo barreras crecen después de las palabras cuando añoro calor, el frío que los otros guardan está esperando un nuevo albergue, la rabia que a otros toca está preparada para rebotar en quien se acerque, contener, contener, en esto pienso, a esto aspiro, esto me impongo, en esto me convierto: en mi propio muro. Quisiera lanzarte lejos, no físicamente, sino al pensamiento que te nombra, sacarte de mí de raíz, pero el yo que quiere esto no es el mismo en la mañana y me arrebato el recuerdo para guardarlo en lo profundo con mil ataduras y una cerradura nueva. A veces quiero irme de la ciudad para no seguir chocando la cabeza contra el mismo muro, pero irme de la ciudad no garantiza que el muro no vaya conmigo.

OSQ

MARÍA FONNEGRA