Al otro lado del río del consciente está todo aquello que la velocidad de la corriente no me deja ver, si nado a contracorriente puedo estar detenida y ver las formas a la orilla. El inconsciente se revela y está oscuro, hace frío entre los árboles y el cuerpo está subyugado ante ese frío, pero todo se sostiene en la idea del amanecer. ¿Y si todo este malestar, es un síntoma de la mente enferma colectiva? Sé que la mente no está solo construida por mí, no es sólo mía, yo pongo los filtros, los lentes, el diafragma, la velocidad de obturación y como de esta mente soy sólo una ínfima parte, a veces los filtros no bastan y quiero sólo callar, callar es estar protegida. Mas no puedo callar cuando no se me está permitido ser de una manera u otra, puedo gritar y hacer del ruido un silencio genuino. Tan solo barreras crecen después de las palabras cuando añoro calor, el frío que los otros guardan está esperando un nuevo albergue, la rabia que a otros toca está preparada para rebotar en quien se acerque, contener, contener, en esto pienso, a esto aspiro, esto me impongo, en esto me convierto: en mi propio muro. Quisiera lanzarte lejos, no físicamente, sino al pensamiento que te nombra, sacarte de mí de raíz, pero el yo que quiere esto no es el mismo en la mañana y me arrebato el recuerdo para guardarlo en lo profundo con mil ataduras y una cerradura nueva. A veces quiero irme de la ciudad para no seguir chocando la cabeza contra el mismo muro, pero irme de la ciudad no garantiza que el muro no vaya conmigo.