Es curioso cómo es de intangible la realidad, camino por un bosque y al retroceder no reconozco ya ninguna planta, no vuelvo a ver la roca donde puse el pie. Si intento recordar los últimos sonidos, no puedo distinguirlos de los presentes, ¿dónde tenía la mano hace unos minutos?, ¿qué movimientos hizo mi cabeza?, ¿me sostuve los labios así todo este tiempo? ¡Cuántos objetos tengo escondidos en mi cabeza!, están en el closet donde está colgado el reloj biológico, debajo de los cajones hay otros cajones, hay un orden adentro del desorden; en algún lugar está todo aquello que busco y no alcanzo aún. No significa quedarse en el pasado, es necesario mirar el camino para avanzar o retroceder, incluso para quedarse inmóvil. Algunos días he querido luchar en contra de mi desorientación, mi desconcentración, he escrito todo lo que creo que olvidaré, he repasado mi habitación cientos de veces y los objetos que guardé en el bolso, me he releído para recordarme, he escuchado canciones viejas, para descifrar quién era, quién soy, olfateado aromas antiguos, recordatorios. Los trasladores que inventé (llevo conmigo un objeto específico cuando quiero recordar una situación o soñar con ella, lo guardo y solo lo vuelvo a tomar cuándo deseo volver a ese lugar) han dado resultado, pero mi mente sigue siendo caprichosamente selectiva.  Las cosas, sin embargo, aparecen en el lugar exacto y en el pensamiento exacto, me incluyo dentro de las cosas, indefinida. Las fechas, los meses, se van volviendo difusos, no puedo organizar mis pensamientos cronológicamente por más que lo intento, ya no lo intento, vienen a mí en el orden en el que deben venir. Los rostros de quienes no he vuelto a ver, su voz y su forma de hablar se hacen confusos, he pasado noches disparadas de la línea del tiempo, tratando de soñar las memorias perdidas (en mi mente sé que hay memorias sin tiempo, no tengo edad, nací con el tiempo, el tiempo no ha nacido), ¿y si las encontré y no lo recuerdo? La memoria es inexplicablemente selectiva, tengo recuerdos tan inútiles que me pregunto por qué los he dejado en mí como si fueran tesoros, mientras que quizás otros, los dejé morir de noche al cerrar los ojos o los enterré bajo el fondo del océano, por miedo a que se confundieran con otros, tal vez puedo ir a buscarlos, o, ¿están ahí todos y se aparecen sólo cuándo mi ser los llama con una fuerza que no comprendo? Tengo la impresión de que me guardo secretos, y que me divierto clandestinamente susurrándome poco a poco lo que sé de mí, sentada en un cráter a millones de años luz donde la medida del tiempo ni siquiera existe, proyectándome en esta tierra absurda, solo un diminuto e inmenso rayo de una sustancia parecida a la luz, este “yo” indefinido.