En el rincón aguardaba la esposa de Barbazul, esperaba que su vestido no se ensuciara, que los pájaros cantaran en la ventana, sentada en el baúl de la buena esperanza, cuando apareció la bruja y se convirtió en ella. La bruja salvaguardaba arañas bajo su manga, arañas que tejían telarañas que parecían cortejar, pero no era un cortejo, era el veneno que atraía al mendigo Barbazul, el vampiro Barbazul. De pronto se perdieron halos de miradas y no hubo tiempo para caricias, pero no importó porque había que decirle la verdad en la cara, eso dijo la sabia bruja y parió mil huevos de araña. Ya era tarde cuando se dio cuenta de que las estaba abortando. 

No quiero ser la mujer de Barbazul, no quiero ser cenicienta tallando sus pies y deformando sus huesos para encajar en el tacón del príncipe, ni una hermanastra de dedos mutilados y talón mutilado. No voy a seguir las leyes del manual de Carreño, no voy a esperar a que esté de noche para salir a la ventana, quiero limpiarme el sudor en público, abrir las piernas en público, mirar a los ojos, moverme cuando duermo, dejar ser a mis tics nerviosos cuando los tengo, fumar si quiero, encorvarme si quiero, trasnochar, mojar el pan en el chocolate y sobre todo dejo claro que no estoy viva para hacer feliz a nadie, que no estoy viva para ser bella, ni soy una musa, ni quiero hacer de las mujeres musas en armarios de poeta. Cómo es posible que camine torpemente y no sepa qué decir ni dónde poner mis manos por haber aprendido a ser políticamente correcta.