He sido quizás todos los arquetipos en diferentes partes de la historia de cada uno, en el inicio del cuento del loco, en el clímax del mago o en el desenlace del enamorado. En mi vida flotan icebergs que develan pistas de cada cuento que vivo: el aceite cayendo al sueño o el cepillo de dientes ajeno en el cajón. Pistas sueltas que no se hilan, que no dicen nada, puntos de giro con cortes cuánticos. Soy un libro armado con páginas de distintos libros, aparece la continuación de cada página docenas de tomos después, cuando ya se ha olvidado que algo que se venía viviendo quedó inconcluso, por la costumbre de tener tantas preguntas sin respuestas en el nochero y haberse habituado a ello. 

Una vez concluida cada página se va perdiendo la esperanza de saber qué sigue y en las primeras líneas de la siguiente se descubre el final de algo que nunca tuvo principio. 

O se descubre la respuesta de algo que nunca tuvo pregunta, luego esta respuesta se olvida y se convierte en pregunta, pero como no lo había sido antes, dar con el número de la página que contiene la respuesta es como viajar al pasado para hallar el abrazo de quien ya no está.