Estoy en una finca de madera, una casa disquera donde observo una puerta con stickers de marcas musicales asociadas. Observo para recordar sus nombres cuando despierte,, sé que es un sueño, miro tras la puerta, hay una fiesta nocturna de personas andróginas vestidas a la vanguardia del diseño, observo extasiada la belleza de una mujer andrógina que mira una exposición de arte, toma un coctel . Sé que estoy soñando. Me acerco. La beso. Me rechaza. Colmada de fracaso, de tristeza y de vergüenza  salgo a tomar aire y miro hacia el cielo inmensamente estrellado, asombrosamente estrellado, pienso que debo dejar de lado el deseo y  esta sensación de descenso y vértigo. Me impulso hacia el cielo, pero pedaleo en el aire y caigo, no logro volar, miro al horizonte sumergida en un desasosiego calmo, en una sensación de abandono latente. Es un desierto. Desde las profundidades  del oscuro horizonte llega veloz hacia mí una estampida de majestuosas yeguas y majestuosos caballos libres que me lanzan al suelo a una velocidad asombrosa, tirada en el piso vehementemente doy codazos y patadas al aire, entre el polvo, a uno y otro lado para que no me pisen, los caballos pasan veloces y tranquilos con sus cuerpos esbeltos y su cabellera libre, sin tocarme, me miran a los ojos y siguen su camino.

Pasa la estampida. Estoy sentada en el desierto, impregnada de una fuerza espiritual desconocida. “Soy como caballos de fuerza” pienso y siento. Me elevo hacia el cielo y vuelo ágil, a gran altura, de noche, veloz. Miro hacia abajo y veo el techo de la finca disquera donde la fiesta nocturna continúa, me poso en el techo, sola, en una rama, como un monito.