Debo otra vez (de nuevo este sueño), regresar al colegio a repetir décimo y once, esta vez es un internado. De noche, desde la terraza de la Presentación, al lado del museo de ciencias y el cocodrilo disecado, me invade una crisis de rabia e impotencia por no poder salir del colegio e ir a dormir a mi casa. Observo desde la terraza los techos oscuros de la América y pienso en saltar. Siento temor. Veo a lo lejos, globos de varios colores que pasan flotando a unos cuantos techos. Escucho las voces y los pasos de docentes en las escaleras tras la puerta de la terraza en el estrecho pasillo, al oírlos me lanzo al techo aledaño de un gran salto, al techo que sigue de otro salto, caigo de techo en techo y me escabullo hacia el siguiente, estiro la mano ágilmente y de un brinco me sostengo de un ancla tipo garfio que cuelga de los globos.

Floto por la ciudad, me siento en calma, floto por los techos irregulares y laberínticos de la comuna 13, vuelo sobre las casas desordenadas y no uniformes y sobre la cancha de San Blas en Manrique, floto por los techos de Santo Domingo, veo el metro cable a lo lejos. Veo las luces de la ciudad en medio de la noche. Pienso que puedo decidir la dirección, trato de concentrarme para llegar a mi casa, en Manrique, pero voy volando por una avenida y no soy buena ubicándome, no sé hacia dónde debo volar. Un bus enorme me acorrala, pasa de largo. A mi lado pasa Daniel Miranda que va corriendo a toda velocidad por la ciudad, nos saludamos. Finalmente parece que estoy en Envigado y como quiero llegar a casa y no puedo decidir la dirección, me bajo de los globos estiro la mano y tomo un taxi.