La fábula de la zorra y las uvas tiene su significación en la continua justificación que hacemos de nuestras propias imposibilidades, luego de varios intentos y saltos por alcanzar las uvas, desiste de hacerlo y cuando se aleja se dice a sí misma: No importa, estaban verdes.

Desde nuestra infancia se fueron forjando nuestras imposibilidades, unas que nos impusimos a nosotros mismos, otras que vinieron del exterior y de la interacción con los demás que no pocas veces frustró y limitó nuestras aspiraciones. Con los años ya fue más clara la aceptación de que habían espacios a los que no podíamos acceder, aspiraciones a las que había que declinar. Hoy, cuando supuestamente ya se han definido los perfiles que marcarán nuestra ancianidad, tiene mucha vigencia esa contienda entre todas cosas que por su condición de negativas o positivas, conducen al desarrollo o afectación de ese sí-mismo, todavía en la lucha por establecer cuáles sueños de ese pasado repleto de esperanza y audacia aún merecen de nuestro esfuerzo, si no por alcanzarlos, sí por el mismo placer que crea la competencia de nuestras propias luchas. Pero, la negatividad que se ha ido afirmando en nosotros constituye la piedrita en el zapato que nos desalienta la mayoría de las veces a emprender las empresas difíciles. Tal vez parece ser necesario, ahora que se ha perdido un poco ese sentimiento infantil de poder alcanzar las metas, el aliciente del amor, -gasolina para nuestro agotamiento-. Tal vez a falta también de esto, haya que buscar en lo más recóndito de nuestro ser, las razones para emprender una fiera lucha por lograr encaminar nuestra madurez hacia una vejez productiva y feliz. Parece por ahora, ésta, una edad de encerronas e imposibilidades. En todo caso siempre hay un nuevo día y según dicen, nunca es tarde para reemprender la tarea de la formación personal. Los recuerdos conforman finalmente un escudo que nos empuja en cada situación hacia uno u otro lado, en ocasiones nos marcan hasta tal punto que dirigen nuestras acciones, inclusive hacía actos eminentemente negativos, verdaderos autocastigos, a veces. Construir momentos felices es asegurar recuerdos que serán nuestra fuerza y determinarán nuestras acciones futuras, acumular los amargos es ensombrecer el porvenir. Esto hasta donde nos es posible y esta es la tarea que nos corresponde realizar cada día, en cada momento: tratar de ser felices.

Para terminar estas disertaciones, bien puede decirse que sería realmente fantástico que las cosas mejoraran, que la vida nos concediera la posibilidad de realizarnos, dentro de una órbita de tranquilidad y alegría, que cada amanecer tuviese la novedad de constituir una promesa sobre el porvenir. La realidad es, al menos para mí, muy diferente a estos deseos, pero, nada se opone realmente a que muchas cosas cambien, aún dentro de la existencia de la enfermedad, de la cercanía de la posibilidad de la muerte, la vida está llena de actos de heroísmo, y debe ser rescatada. Ha sido de todos modos un camino difícil, a veces amargo, que nos enseña, -si logramos superar esta época difícil-, a defender cada momento de paz en nuestra vida, a reclamarnos cada momento la necesidad de defender nuestra tranquilidad personal, la convivencia pacífica con los demás y sobretodo el desarrollo progresivo de nuestra personalidad.

En un día como hoy, vayan mis parabienes.

Carlos Julián.

Fin.