Sumamente lerdo y peludo y pequeño, es el perezoso. Se alimenta de las hojas de los árboles y otros vegetales. Es amable, tierno y silencioso. Su piel está cubierta por una pelambre grisácea, es inofensivo y puede por esto, ser presa fácil de otros animales.

Los niños iban llegando a la hora fijada. Se veía en cada uno la expectativa propia de la aventura que apenas comenzaba. Todavía a punto de partir en el vehículo que nos llevaría hasta el bosque, las familias revisaban los morrales, empacando alguna cosa, o simplemente cuadrando de una forma más cómoda el peso. Una vez allí, seguiríamos caminando por varias horas hasta llegar al lugar de la cascada, donde instalaríamos el campamento.

Luis, presente. Antonio, presente. Hugo, presente. Octavio, presente. La lista al comenzar. Alicia, presente. Estela, presente. Andrés…dónde estaba Andrés?.

Fue una verdadera odisea lograr que los niños llegaran a salvo a la cascada. No fue necesario insistir en que pronto oscurecería y cada carpa debía estar armada, junto con algunas construcciones, tales como un fogón de leña, un colgadero de ropa, un locero, y otros. Luego encendimos la fogata y los niños devoraron esa misma noche todas sus golosinas. Al día siguiente sobraba arroz, papa y yucas y faltaban el azúcar y las galletitas.

Si Andrés, es cierto que Antonio metió el pie derecho en la olla de chocolate caliente, y que Hugo saltó desde la roca más alta, hasta el charco. También es verdad que hizo mucho frío y llovió casi todas las noches. Que cantamos mucho y nos divertimos de lo lindo. Y que ya de regreso en el bus nadie paraba de hablar y de recordar la acampada.

Y, entre otras cosas, tú por qué no fuiste? Ah!, ya entiendo, perezoso, te quedaste dormido.

Fin.