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MARÍA FONNEGRA
En las montañas del Turipaná, región selvática y fértil, ajena todavía la mano del hombre, repleta de grutas y riachuelos, habita desde sus orígenes la especie de los Chueties, animales de noble instinto y avivada sagacidad para la recolección de frutos. Monos de corto tamaño y suave pelambre, viven organizados en numerosos clanes, pacíficos y hogareños, distribuyen entre sí las tareas cotidianas y una vez realizadas dedican su tiempo a los más diversos juegos en los que sobresalen la camaradería y la mutua protección. Hábiles reproductores, minuciosos y tiernos en el cortejo han venido poblando desde tiempos remotos la vasta arboleda.
Con pocos enemigos naturales y abundancia de recursos, los Chueties veneran a sus primates ancianos, quienes en la lenta movilidad de los copos vigilan constantemente como si presintiesen la llegada del peligro por doquier. Lentamente perdida su habilidad de trepadores, reciben de los más jóvenes las necesarias atenciones.
Es el paso del tiempo el que determina las jerarquías, todos parecen reconocer a los más viejos y absolutamente todos miran con vehemente deferencia al más anciano de todos, el rey de los Chueties. Casi ciego y postrado en la casa que naturalmente se construyó encima con el entrecruzarse de las ramas, parece evocar tiempos ya idos, y los días transcurren en la monotonía de las cosas hechas ya mil veces, y los sonidos le confunden y le llevan a otras épocas. Todo es ahora igual y ya ni el sueño, ni los apetitos de antaño le alegran la vida.
Desde los primeros albores de la mañana ha sentido que no es un día como cualquiera, aunque todo es igual. En su interior ha percibido una cierta alegría sin explicación y a todos los que han pasado a su lado ha acariciado con ternura paternal y en ellos ha visto la sombra de sus ausentes. Las horas han transcurrido lentas y tranquilas y escucha el bullerío de los que en las cercanías se divierten apasionadamente. Su noble compañera, cómplice de las últimas décadas le mira como si en su sabiduría innata hubiese descubierto que no es un momento como todos, pero, su comportamiento no es diferente al de siempre. Solamente le mira desde lejos más a menudo que antes.
Al anochecer los primates han caído en una inquietante quietud, unos y otros perciben una extraña presencia en el ambiente y tímidos buscan refugio unos a otros. El viento se ha quedado quieto y la selva es más oscura que siempre.
El rey de los Chueties se ha quedado dormido…dormido para siempre.
Fin.
OSQ
MARÍA FONNEGRA